sexta-feira, 10 de setembro de 2010

ENCUENTRO CON UNO MISMO

HABLANDO CON LOS ÁRBOLES


Vivo en un pueblo pequeño en el que todavía se pueden encontrar, en sus alrededores, campos de cultivo y senderos que enlazan con otros pueblos pequeños.

A menudo salgo a caminar por los caminos que hay en las afueras.

Mientras camino me dedico a meditar como si de una sesión de zen se tratara.

Muchas cosas pasan por mi cabeza: Los problemas cotidianos, recuerdos del pasado, expectativas de futuro, etc…

Pasan por mi mente toda una procesión de pensamientos repetitivos que no me llevan a ninguna parte.

Al mismo tiempo intento reconducir mi atención a lo que me he propuesto con esa caminata.

Lo primero es ponerme en la frente un objetivo concreto como: Hoy voy a llegar hasta el pinar de la loma aquella del pueblo de al lado.

Pero en realidad eso solo es una excusa.



Lo que realmente quiero es provocar una situación en la que no tenga más remedio que cansarme de escuchar toda la charla de mi mente y permitirme escuchar el silencio que hay detrás del ruido interno. Todo ello sin perder la atención, al mismo tiempo, en el ejercicio del caminar mientras respiro naturalmente.

No siempre consigo entrar en ese estado anhelado donde encuentro la verdadera paz interna pero, como mínimo, siempre recibo una oleada de buenas vibraciones que me van acercando, cada vez que salgo, a ese sitio, dentro de mí, donde mejor me encuentro.

En estos últimos paseos me han sucedido algunas cosas sorprendentes.

Un día llegué a un sitio donde había una especie de balsa de agua con peces debajo de una sombra que provocaban dos enormes árboles solitarios.

Estos árboles eran tan grandes que desde lejos, antes de llegar a su lado, parecían toda una arboleda.

Sus troncos no se podían abarcar con los brazos y dudo incluso que dos personas pudieran hacerlo.

Miré hacia arriba y me preguntaba cuantos metros deberían tener de alto.

No soy muy bueno calculando distancias pero yo calculo que por lo menos tenían cincuenta metros de alto.

Eran impresionantes.

Me quedé tan sorprendido como el día que fui a los Pirineos y vi aquella inmensidad de montañas donde mi vista no tenía capacidad para calcular las distancias.

Me preguntaba cuantos años tendrían y como han podido sobrevivir en aquella zona tan cerca de polígonos industriales y pueblos en constante expansión.

El primer día que estuve allí al lado de aquellos dos árboles, embargado por la impresión que me provocaron se me ocurrió tocarlos con mis dos manos, primero uno y después el otro, y ponerme en la actitud de escucha como si los árboles pudieran hablarme.

Yo mismo pensaba: Cualquiera que me viera aquí ahora y supiera lo que estoy haciendo pensaría que estoy loco de remate.

Pero ese pensamiento no me frenó para seguir con la actitud de escucha mientras tocaba el primer árbol con las dos palmas de mi mano.

En ese momento pasó por mi cabeza la pregunta: Si un árbol pudiera hablarme ¿En que idioma me hablaría o como podría saber yo que me está diciendo algo?

Entonces se me ocurrió que debía concentrarme en mi actitud de escucha intentando percibir si el primer pensamiento que pasara por mi cabeza tenía algún sentido con respecto a la pregunta que yo me había hecho mentalmente.

No pasaron, creo yo, ni cinco o seis segundos que me vino a la cabeza un pensamiento que decía: Todos Somos Hermanos.

Por supuesto que yo no creía que ese pensamiento fuera ningún mensaje del árbol. Más bien yo pensaba que aquello era una frase típica inventada por mi mente más o menos adecuada al contexto.

Pero lo que yo no podía negar fue el estremecimiento que pasó por mi cuerpo al mismo tiempo que llegaba ese pensamiento a mi cabeza.

Me quedé un poco aturdido y sorprendido pero con la curiosidad abierta a ese ejercicio nuevo que, en la improvisación, se me había ocurrido.

Se me había olvidado decir que el primer árbol era mucho más recto que el segundo que tenía más curvas y salientes.

Por eso yo imaginé que el primero sería el macho mientras que el segundo sería la hembra.

Yo no tengo ni idea de botánica pero al ver esos dos árboles casi juntos, únicos en la zona y con esas características no pude dejar de imaginarme esas circunstancias.

Dejándome llevar por la vibración que había provocado aquel estremecimiento en mi cuerpo y haciendo oídos sordos a las explicaciones de mi mente, me dirigí al segundo árbol, con la misma actitud de escucha, y  puse las dos palmas de mi mano apoyadas en su tronco.

Esta vez no hice ninguna pregunta pero tenía la intuición de que cualquier pensamiento que me viniera, fueran mensajes del árbol o no, tendría que ser muy interesante.

Efectivamente, igual que en el caso anterior, a los pocos segundos me vino un pensamiento que decía: La Tierra nos protege.

Otro estremecimiento me atravesó por el cuerpo.

No podía creer lo que estaba pasando.

Mil pensamientos explicativos pasaban por mi cabeza pero esta vez no era para negar nada sino al revés, todos los pensamientos confluían en darle sentido a aquellos “mensajes” dentro del contexto que estaba viviendo en ese momento e incluso en un contexto general más amplio que incluía a toda La Tierra.

En mi cabeza se dibujaba un cuadro donde todos los seres vivos formaban parte de un ser vivo mucho más grande al cual pertenecemos.

Como si de la piel de un gran gigante se tratara yo me veía formando parte junto con los demás seres vivos.

Todos los escritos que hablan de Pacha Mama como nuestra Madre parecía como si de golpe tuvieran pleno sentido en mi cabeza.

Miré aquellos árboles y me vi conectado con ellos.

Los ví como dos hermanos mayores o como dos guías improvisados que me habían surgido en el camino.

Los vi como un Padre y una Madre y me acordé de mi padre y de mi madre como si estuvieran allí mismo saludándome.

Había pasado ya bastante tiempo y tenía que volver a casa.

Volví pensando en aquel hecho y reflexioné en aquellas frases que yo interpretaba que me habían mandado aquellos dos árboles.

Mi mente empezó a buscar explicaciones pero no tenía argumentos para no aceptar que, fuera de la forma que fuera, había conseguido conectar con algo muy profundo dentro de mi mismo que me hablaba de la Unidad de todos los seres y de la Inmensidad de la Naturaleza.

Me sentí con una gran paz interior.

Automáticamente los problemas cotidianos pasaron a un segundo plano y me parecieron pequeñeces al lado de semejante descubrimiento.

De hecho, desde aquel día mi actitud con las cosas del Mundo se ha dulcificado bastante y ya no tengo tantas quejas, aceptando, en mis relaciones personales, que cada uno sea como quiera o pueda ser con un grado mayor de tolerancia desde la comprensión de que todos formamos parte de la misma familia dentro de una gran diversidad de seres.

En mi cabeza solo pienso en volver a aquel sitio, donde descubrí aquellos árboles, para ponerles las palmas de mis manos en su tronco y ver que es lo que siento.

Os aseguro que estos hechos los viví como lo más importante que me había pasado nunca.

Ahora no hay otra cosa que me interese más en esta vida que tomar consciencia de mi naturaleza formando parte de una Naturaleza más amplia que nos impregna a todos.

Una nueva forma de ver las cosas.

Una nueva forma de sentirse.

Un nuevo sentido para vivir  la Vida.

Un saludo a todos.

Jesús Martínez